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Tronos en juego

Una apacible caminata por el paseo Arqueológico, bajo la imponente mole del conjunto catedralicio y a vista de pájaro de San Pedro de Galligants y la plaza de los Jurados, nos hará percibir la magia de las piedras de Gerona. Estas tienen algo inspirador, hasta el punto que desde su lítica atalaya parecen infundir en la ciudad energías que la distinguen y perfilan como un espacio diferente. A pesar del ocasional sonido de campanas tocando a sagrado y en antigüedad, un ligero zumbido de fondo nos advertirá de la actividad de sus ciudadanos y las regiones que tenemos a tocar. Y aún más allá, un paraíso donde mar, llano y montaña conforman un entorno espectacular que equilibra naturaleza e historia, un punto estratégico del corredor mediterráneo y un lugar de acogida como pocos.

La gente gerundense, ancestralmente periférica de los poderes políticos de todo orden, se ha hecho a sí misma, no espera prácticamente nada de los que mandan, y es que aún lo estropearían todo. El vigor de la ciudad y su entorno es fruto de la desidia de unos y de la tozudez local, lo que ha permitido pasar de la Gerona gris y negra a la actual, que podríamos simbolizar con las coloridas casas del Onyar.

Gerona era una marca local con sabor provinciano que se ha ganado un pequeño lugar en el mundo global, es una combinación de gente y territorio que configura algo más que un destino turístico agradable, un lugar de amable estancia o una amable peculiaridad dentro de la mediocridad general. A riesgo de caer en el olvido, hay claros impulsores de esta metamorfosis: una sociedad civil activada con la democracia, un poder local renovador, un tejido empresarial arraigado, la recuperación de la Universidad, la irrupción en los primeros lugares de ámbitos dispares como los de la política, la gastronomía, el turismo, el deporte o su mayor proyección en los medios de comunicación y audiovisuales.

El escrito hasta ahora puede pecar de chauvinismo, como he leído en la prensa barcelonesa hablando de cierto talante orgulloso de los gerundenses. Quizás es una reacción a un posible chavismo centralista barcelonés. Pero no quiero abrir este melón, al contrario. Las buenas relaciones entre Barcelona y Gerona son indispensables, complementarias y sinérgicas, y hay que seguir por este camino. Me importan poco estas rivalidades, suelen ser argumento para mediocridades, en la Cataluña querida todo el mundo tiene su encaje.

Gerona no puede contagiarse del virus del éxito y la fama, dentro de los rankings tendrá oscilaciones, lo más grave sería perder personalidad para agradar. Hay que seguir un modelo smart pero con un toque de calidez diferencial que conjugue espacio, idiosincrasia, tecnología y talento. Tampoco se trata de reinventarse cada día. Los fundamentos y valores los tenemos, pero habrá que ver el lugar desde donde las nuevas fuerzas de la ciudad apoyan las antiguas: ¿la Devesa?, ¿el Parque Tecnológico?… Por el momento no está claro.

Las campanas seguirán tocando entre las antiguas piedras y también el esfuerzo de los gerundenses continuará persistiendo, ¡el territorio lo vale!

ANTONI BOU MIAS – ECONOMISTA
  Artículo publicado en EL PUNT AVUI (13/11/2018)