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En defensa del turismo

Cataluña sin el turismo no habría alcanzado un grado de progreso nada menospreciable en el ámbito europeo, ni se habría abierto al mundo para captar su gusto por las vanguardias y el cosmopolitismo. El hecho es demostrable, en años pre pandemia hablamos de una importancia relativa del 12% de nuestro PIB, producimos turismo, además no olvidemos que es una actividad que implica directa o indirectamente a muchos otros sectores, es en definitiva un motor económico clave para toda nuestra sociedad.

Los catalanes somos propensos a complicarnos en exceso las cosas, me preocupa que esto sea un pseudo deporte nacional, afrontamos los temas del país con empuje pero después tendemos a entrar en un bucle de disquisiciones infinitas que dispersan los esfuerzos e incluso paralizan proyectos importantes por nuestro porvenir.

La estigmatización del turismo por una parte de la población en forma de toda una retahíla de los males apocalípticos que comporta es un hecho, la mayoría de los reproches son injustos y lo que es peor, son hechos desde una superioridad moral excluyente de todo diálogo.

No somos un país con los recursos naturales suficientes para impulsar una economía productiva fuerte, quizás sí que nuestros conciudadanos tienen un cierto talento que aplicado con inteligencia ha ayudado a alcanzar un grado notable de prosperidad. En el reparto de los seis primeros días de la creación en lo que se refiere a recursos ciertamente no fuimos favorecidos, ni con petróleo ni con otros recursos naturales considerados estratégicos, pero tenemos un lugar donde vivir es agradable y donde la historia ha dejado un poso lo suficientemente interesante para que sea interesante visitarnos.

El debate no debe ser de turismo si o no, pero tampoco debemos renunciar a un proceso crítico que ayude a mejorar nuestra industria turística y adaptarla a las exigencias del siglo XXI.

El turista, no olvidemos que es el personaje clave del tema, tiene varias tipologías confundidas en un “totum revolutum”, puedo detectar tres: de veraneo, viajero o de vacaciones. El veraneante (inverneante) es un turista asiduo del lugar al que va, lo adopta como una segunda patria y le gusta arraigarse. Cuenta como turista pero en el fondo no lo es, quiere ser aldeano pero tampoco lo es, aunque suele tener alguna propiedad. Sería necesario que los municipios con fuerte incidencia de segundas residencias facilitaran alguna plataforma participativa a los propietarios foráneos, pues pagan impuestos locales y son una fuente de ingresos bastante estable por su tejido económico. Esta estabilidad es clave para replantear la tipología y/o calidad de la oferta para nuevos clientes.

El viajero por su parte es un buscador de sensaciones y lugares nuevos, es el turista primigenio, vuelta para conocer y experimentar, por tanto es cambiante en sus destinos. Para atraerlo hay que recuperar cierta personalidad local y la propia singularidad del territorio, en definitiva, cultivar cierto localismo frente a la fuerza igualadora de la globalización, muchas veces de efectos mediocrizantes, que hace que los destinos turísticos sean cada vez más parecidos unos con los demás. Tenemos un patrimonio cultural que no sólo debe preservarse, hay que crear de nuevo, pues aporta al menos tres buenos inputs: nos enriquece como sociedad, crea legado para el futuro y es una fuente de atracción para un público de calidad.

El que disfruta de las vacaciones en un lugar diferente de su domicilio habitual o de una segunda residencia es el turista tipo de nuestro tiempo, las vacaciones pagadas son la gran fuerza motivadora, tiene cierta tendencia a ir ahí mismo que todo el mundo y en las mismas fechas, lo que crea masificación y estacionalidad en sus destinos. Con el tiempo se han creado subdivisiones de esta categoría como turismo, sol y playa, cultural, religioso, deportivo, borrachera, etc. Estaríamos bastante de acuerdo en que hay que huir del turismo masivo y despersonalizador pero olvidemos con esta descalificación al individuo que tiene el derecho de hacer lo que quiera cuando quiera, evidentemente dentro de unas normas, y que muchas veces no puede elegir los datos de sus vacaciones, el clima y el sistema económico y social son así. Por el otro lado una vez desarrollados los grandes centros turísticos de masas, ¿Qué hacemos con ellos? No olvidemos que generan recursos capitales para nuestro progreso y que si llega un cambio drástico en nuestra oferta siempre aparecerán nuevos destinos que los suplan, la demanda de este tipo, guste o no, seguirá ahí. Otra cosa es que se regulen normas de mínimos exigibles huyendo del todo lo vale.

Se critica la fuerte repercusión en la naturaleza que causa el turismo, es indiscutible que el respeto por el medio ambiente debe ser ya una exigencia en todas las actividades económicas, nos va el futuro del planeta. En cuanto al sector turístico el propio cumplimiento de esta premisa acabará siendo un reclamo en sí mismo, es necesario trabajar en esta dirección pues un turista cada vez más concienciado exigirá políticas medioambientales demostrables y no sólo de rótulo. Además, hay que fomentar un urbanismo con personalidad, hay quien habla de no construir más en primera línea del litoral o en zonas con paisajes vulnerables, yo iría más lejos, incluso quizás hay que derribar, respetando los derechos adquiridos, monstruos de cemento en primera línea. La compra de edificios obsoletos por parte de la administración pública para esponjar el territorio y/o hacer espacios comunes sostenibles sería una buena medida correctora del daño realizado en nuestro entorno.

La mejora de las infraestructuras tampoco es discutible, no sólo para facilitar el turismo sino también para nuestra economía en general, el corredor mediterráneo es un ejemplo de que Cataluña tiene cierto déficit agravado por la falta de conexión global del aeropuerto de Barcelona, ​​por la infrautilización de los otros aeropuertos del territorio y por su no conexión con el tren de alta velocidad. En nuestras carreteras hay puntos con saturaciones inadmisibles que es necesario solucionar mientras el transporte público no mejore en aspectos como frecuencias, comodidad y trayectos.

Siguiendo con las infraestructuras, ahora las municipales, muchas son adecuadas para una población mayor de la que tienen los municipios fuera de temporada. Su parque de viviendas podría ofrecerse como lugar de residencia para teletrabajadores y profesionales que pueden practicar un semi nomadismo de calidad. Unos buenos servicios, un precio de la vivienda competitiva y sus encantos naturales serían su reclamo. Huiríamos del monocultivo turístico estacional y podría ser un primer paso hacia la mejora y/o la especialización de la oferta. El turismo especializado complace a grupos específicos de clientela, es previsible en sus necesidades lo que facilita su captación y además permite atenuar la estacionalidad de la oferta basada en el clima.

El cliente se ha vuelto más exigente, el turista también, la búsqueda de la excelencia en el servicio turístico debe centrarse en diversas cuestiones, sin olvidar la ecuación calidad-precio. En primer lugar, debe extinguirse la oferta opaca y la de ínfima calidad, el mal servicio en los tiempos de las redes sociales y la información instantánea hace daños reputacionales que afectan a todos los operadores, las normativas deben ser estrictas en la exigencia de unos mínimos. En segundo lugar, la formación en el campo del turismo debe ser de calidad, los casos de éxito en la gastronomía son un claro ejemplo de ello. Cualquier nivel profesional que interviene en el paquete turístico debe tener una formación específica en su labor, un reto atávico es el de los idiomas aunque poco a poco se va solucionando. Los actores del escenario turístico deben aspirar a ser buenos profesionales y el sector a atraer talento.

El territorio catalán no puede tener una estrategia turística uniformadora, es necesario segmentar las ofertas y complementarlas en lo posible. Cataluña es una multi marca turística de primer orden con una oferta de ancho espectro y con sinergias bastante evidentes, la estacionalidad de buena parte de la oferta puede reducirse con la especialización y la creación de nuevas experiencias, no olvidemos la organización de grandes eventos por su fuerte impacto mediático.

Necesitamos un debate serio, pero más que un debate de técnicos o de profesionales del sector sería bueno tenerlo abierto a toda la ciudadanía pues estamos ante un tema estratégico para nuestro futuro, la redefinición de nuestra oferta nos definirá también como país.

ANTONI BOU MIAS – ECONOMISTA
Artículo publicado en el DIARI DE GIRONA (16/06/2022)