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Dignidad

El clamor, ya a la baja, de los indignados demuestra que nuestros mecanismos sociales son imperfectos. La visibilidad conseguida con sus acciones no es proporcional a su representatividad. La petición de una democracia real o de la solución al paro juvenil están presentes en muchos otros colectivos que luchan por conseguirlo siguiendo las normas que entre todos hemos asumido. Si seguimos con iniciativas fuera de tono y con silencios conformistas convertiremos el día a día democrático en un diálogo de sordos secuestrado por los partidos franquicia y los disturbios callejeros.

Un tal AJ Liebling formuló una ley que viene a decir: si un hombre de mentalidad adecuadamente compleja actúa de una manera bastante perversa puede conseguir echarse a la calle él mismo de una patada en el culo. En eso estamos de acuerdo, respecto a nuestra clase política como conjunto, tanto los llamados indignados como la gran parte del resto de ciudadanos, aunque a veces la proximidad mitiga esa sensación. La diferencia entre unos y otros radica en la acción a emprender en la sociedad. La radicalidad de los indignados, frente un pseudoconformismo general, y precisamente gracias a esta rendija sobrevive el político de turno. La radicalidad es entendida formalmente como libre expresión del pueblo y no se hace caso, y la pasividad es azuzada con promesas en el momento de un voto que es entendido como carta blanca para seguir igual un ciclo más de tiempo.

El cambio de modelo de la sociedad que propugnen los indignados es asumible en democracia como la aportación a un debate más amplio y transversal. Lo que les diría es que el objetivo no es su cambio concreto sino que es el debate que genera con todos los otros agentes, incluso los que opinan lo contrario. En la gran mayoría de ciudadanos, los resignados, les aconsejaría que activaran, a todos niveles, los mecanismos democráticos para hacer regenerar el tono de nuestra sociedad. A los políticos hay que exigirles responsabilidades directas por su hacer o no hacer, que no nos traten sólo como votantes de partidos franquicia.

Reinventarse es un ejercicio de supervivencia que habría que utilizar más a menudo, pero sin perder de vista que la ciudadanía no es gratuita, que los derechos conllevan obligaciones.

Sólo bajo esta premisa podremos conseguir una sociedad digna.

ANTONI BOU MIAS – ECONOMISTA
  Artículo publicado en EL PUNT AVUI (05/07/2011)