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Democracia perturbada

¿Cuál es el sistema político considerado como el más adecuado? ¿El gobierno directo del pueblo como soberano en la esfera política o bien indirectamente a través de cargos que elige libremente? Visto así, esto de la democracia parece sencillo, votar para decidir entre todos los asuntos de gobierno de la sociedad o elegir aquellos que decidirán por nosotros según un mandato explícito, sin olvidar que la mayoría es la que prevalece pero que puede obtenerse por pactos entre minorías. Lo hemos complicado un poco y a partir de ahí podemos ir retorciendo el concepto ”democracia”. Si le ponemos adjetivos, incluso seguramente pervertimos el invento. Ejemplos no faltan: orgánica, populista, joven, madura, liberal, social, cristiana, parcial, presidencial… Parece como si cada uno hiciera su propia composición self-service.

La clave quizás está en el hecho de que la democracia es un ideal al que tendemos pero al que no llegamos nunca de forma concluyente. Es una actitud para regirnos socialmente de la mejor manera. Parecería claro que por este tránsito hacia la democracia ideal hay que llevar una mochila poco pesada, limpia de apriorismos, tópicos y prejuicios. La libertad crítica del ciudadano es indispensable para que el sistema funcione. Pero tenemos perturbaciones bastante evidentes motivadas por el exceso de protagonismo de:

  • Un estado moderno que es omnipresente y con un peso brutal. Recordemos que se queda el 50% de nuestras ganancias y su aparato, no hablo de los políticos que son dirigentes interinos, sino más bien de sus castas finiseculares. Este estado lo reglamenta casi todo y condiciona una parte importante de nuestro abanico decisorio.
  • Las macroempresas con derecho a tratos asimétricos que juegan aparte en el modelo igualitario de derechos y obligaciones. Además, pueden influir en gobiernos y pasar por encima del interés de sus súbditos. Así, vemos como hay bancos rescatados con dinero público que no se devolverán más o negocios tan globalizados que acaban no tributando como el resto de mortales por sus ganancias.
  • Un sistema educativo basado en hacer productivo económicamente el individuo y no hacerlo un agente activo en todos los órdenes de la sociedad.
  • La política de clientelismo actual que, a golpe de sondeos, arrincona la defensa de los valores, sólo busca el poder por el poder y cae a menudo en la corruptela.

Quizás hay otros estorbos, lo importante es detectarlas, compartirlas y ser activo en su erradicación. En democracia eso significa participar y no quedarse al margen. Una sociedad justa sólo puede entenderse a partir de la plena implicación de sus miembros.

ANTONI BOU MIAS – ECONOMISTA
  Artículo publicado en EL PUNT AVUI (28/08/2019)